Lo verdadero y lo verídico


«Hay que preferir lo imposible que es verosímil. Pues es verosímil que las cosas ocurran contrariamente a la verosimilitud». Aristóteles. Poética.

Los lógicos aseguraban que los términos verdadero y falso no se pueden aplicar más que a asertos y proposiciones. Pero el tiempo y los plagios han demostrado que cualquier obra susceptible de reproducción puede ser o no auténtica, verdadera o falsa.

CO+MEDIA da constancia de unos hechos que se tornan verídicos gracias a la aportación de «pruebas» o fotografías –autorretratos– y al certificado de garantía que otorga la prensa diaria. El proyecto se fundamenta en una cuidadosa mezcla de realidad y ficción dosificada al 50%. No todo es verdad ni mentira, porque en toda falsificación que se precie, o en toda información «modificada», siempre hay una parte de verdad que permite que ésta se sustente y que la hace creíble al público. Así, la parte cierta -o por lo menos real- de estas noticias corresponde a los textos, sólo las imágenes son falsas. 

Otro factor a tener en cuenta ha sido la diversidad de información a tratar. Las noticias hacen referencia a todos los ámbitos que cubre normalmente tanto la prensa escrita como la televisada: cultura, deportes, política nacional e internacional, sociedad, sucesos, moda, publicidad, economía, espectáculos, etc. La intención es evidente, demostrar que no sólo es falsificable un determinado tipo de noticia -que contenga unas imágenes de factura más simple, o que presenten hechos cotidianos-, sino que cualquier aspecto de la información, por muy complejo o intrascendente que éste sea, se puede simular, suplantar, tergiversar,… o directamente, falsificar.

Hay una fábula de Borges que nos cuenta como los cartógrafos de un lejano Imperio dibujaron un mapa tan sumamente preciso que coincidía con el territorio y tenía su misma extensión. Es decir, hacían coincidir lo real con el simulacro. Y esa es precisamente la intención de este trabajo; ya no se trata de una imitación, ni de una parodia: pretendo suplantar lo real por los signos de lo real, pero teniendo plena conciencia del juego y del artificio. Se trata, como dice Baudrillard cuando describe el truco visual, de: «mimando la tercera dimensión, introducir la duda sobre la realidad de esta tercera dimensión y, mimando y sobrepasando el efecto de lo real, lanzar la duda radical sobre el principio de realidad».

Existen, creo, varios niveles de lectura en esta obra.
El primero apunta hacia el juego de la impostura, de la suplantación. Una impostura que se materializa en dos niveles bien diferenciados: el de la caracterización de un mismo personaje que representa varios papeles -sujeto y autor simultáneo de la obra- y el de la falsificación de las fotografías de prensa. El grado de complejidad pasa de la simple representación de personajes tipo -una escritora, una madre con su hijo, una pobre callejera, una mujer abatida por las balas- a una fotografía real (la del saludo al rey, pues el real apretón de manos es cierto aunque nunca haya sido publicado en la prensa) para llegar, finalmente, a un doble engaño: una de las falsificaciones es falsa; es decir, en una de las fotografías no es la autora la que aparece en la imagen. El juego encontrará su momento álgido en esa alusión directa a su referente -Cindy Sherman- y en su posterior y definitivo engaño: la imagen que recrea una conocida fotografía de la Sherman no es propiamente una fotografía, es «el resultado» de la manipulación de una imagen videográfica retocada por ordenador.

En segundo lugar, cuestiona la credibilidad de los mass media -en este caso la fotografía de prensa- como presuntos difusores de realidad y cuestiona, de paso, la relación de la imagen con el texto escrito. ¿Es el pie de foto el que determina la veracidad de una imagen?

Finalmente, pero no por ello menos importante, queda suspendida en el aire esa terrible constatación sobre el incierto -no por falso, sino por inseguro- panorama actual -no de la prensa, sino real- que nos muestra a diario la descarnada situación de unos «personajes» que escenifican ante nosotros su vida sin conseguir conmovernos, sin provocarnos el más leve pestañeo, sin que seamos «verdaderamente» conscientes de su condición de realidad. «Qué comprensible resulta el desencanto de una época siempre incapaz de vivir y de imaginar lo vivido, a la que ni siquiera su propia ruina estremece, que no siente la expiación, como tampoco sintió sus actos, y que, sin embargo, posee el suficiente instinto de conservación como para taparse los oídos ante el fonógrafo de sus melodías heroicas, y suficiente espíritu de sacrificio como para, llegado el caso, volver a entonarlas».

De esa COMEDIA inicial, de la representación intencionadamente lúdica y lúcida, donde el humor es el plato ácido del día pasamos a esa otra de los mass media -aceptada y encubierta por todos- para llegar, en el último acto, al soslayado e impúdico drama de una realidad demasiado cotidiana.

«Este drama, cuya extensión equivaldría a más o menos diez veladas según la medición humana del tiempo, ha sido ideado para su puesta en escena en un teatro del planeta Marte. El público de este mundo no sería capaz de soportarlo. Pues es sangre de su sangre, y el contenido es el de todos estos años irreales, impensables, inasibles para una mente despierta, inaccesibles para la memoria y sólo conservados en algún sueño sangriento, los años en que unos personajes de opereta vinieron a interpretar la tragedia de la humanidad». Karl Krauss, Los últimos días de la humanidad, 1922.
 

Laura Baigorri, octubre 1993